
Sara Evelyn Rivera Duque
Edwin Mauricio Ordoñez
Llegando a San Antonio de Pereira, en el Oriente antioqueño, aparece en el panorama un hombre barbado, con pinta de aventurero. Llama la atención porque va parado sobre su bicicleta y toca una flauta.
Los carros pasan a su lado apresurados, por eso se sienta de nuevo en su vehículo y retoma la marcha. El sombrero que lleva puesto sobre su negro cabello se cae, así que lo recoge y sigue con su recorrido.
Es lunes y ese peculiar visitante es uno de los pocos que se observan cerca a San Antonio. El parque está solo. Atrás quedó el fin de semana en el que la vista era muy diferente: familias, parejas y grupos de amigos recorriendo sus calles, degustando sus postres y tomando uno… o muchos tragos.
La pequeña iglesia está deshabitada. Un par de amigas están sentadas en una de las sillas que hay en los alrededores y, por sus gestos, parecen estar contando detalles de sus amores. Y, debajo de un árbol, dos adolescentes degustan un enorme helado.
Por donde se mire hay locales. Lo que antes eran sitios de asentamiento indígena hoy son bares, restaurantes, licoreras o discotecas.
Varios negocios están cerrados con candado, otros, desde hace varias horas, están prestando servicio al público, pues en el día son restaurantes y, en la noche se transforman en zonas de parranda.
Volquetas, taxis, motos y particulares transitan por las vías aledañas. Algunos vienen de sus trabajos, otros quién sabe, porque la semana apenas comienza, pero la rumba está ya en la mente de muchos.
La noche es joven
Es sábado y el Sol se oculta detrás de las verdes montañas que se observan a lo lejos. De repente, aparece la Luna alumbrando la zona rosa, como llaman muchos a San Antonio de Pereira.
Por las estrechas calles comienza una congestión de autos, los parqueaderos están repletos. Algunos dan varias vueltas esperando a que se desocupe un fragmento de pavimento para dejar su carro. Otros prefieren llegar en taxi o en bus para tomarse sus traguitos sin tener que manejar.
Todas las cuadras contiguas al parque están rodeadas de bares, cada uno con un estilo diferente. En las fachadas de algunos se observan bailarinas que mueven sus cuerpos con prendas diminutas al ritmo de la música, como si estuvieran desfogando alguna pasión.
Los universitarios se reúnen en un sitio popular, casi escriturado para ellos, con un estilo ecléctico. En otro lugar se divierte la comunidad gay. Hay espacios para los que gustan de las viejotecas y para los que prefieren los temas modernos y las mezclas.
En los alrededores se encuentran hoteles, cajeros, oficinas y hasta mercados y ferreterías. San Antonio de Pereira cuenta con al menos 10 mil habitantes y se levantan tantas construcciones que está dejando de lado una imagen de corregimiento para parecer un municipio.
Solo está a 5 minutos de Rionegro y a 40 de Medellín. Estar tan cerca, lo dota de ese valor agregado que lo pone en el ranking de los territorios más populares para salir de la rutina diaria y de la ciudad.
Muchos van a ver y a que los vean, a sacar el estrés a punta de saltos en las discotecas, a compartir un brindis con la gente más cercana y hasta con los extraños de la mesa contigua o a cantar una ranchera o un vallenato a todo pulmón. Cada quien tiene sus motivos.
Los lunes hay calma, quizá porque en la semana San Antonio recarga energías. Desde el “juernes”, el ambiente será otro, habrá tanta gente, movimiento y sonidos que no podrá respirar.
Allí todos caben, todos tienen su tiquete para la diversión. La vida no pasa igual, se vive en cámara lenta o en rápida, al ritmo de bailes, de amigos y de luces.
1 comentarios:
ah! que lindo! muak!
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