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Después del secuestro: la vida después de la muerte

Después del secuestro: la vida después de la muerte


Por: Natalia Tobón Arredondo

Junio 13 de 2002. Era un jueves en la mañana, un día aparentemente normal, hasta que los perros empezaron a ladrar con insistencia.

El corazón palpitaba más fuerte de lo acostumbrado, era imposible no sentir que algo andaba mal. La verdad, es que todo estaba mal.

7:30 a.m. Empezó el dolor, la angustia, la desesperación, la impotencia y la ira. Un padre que actuaba bajo presión y hacía todo lo que le indicaban para evitar ser lastimado, pero sobre todo, para proteger a su pequeña hija de 13 años que, en medio del temor y la inocencia, preguntaba qué estaba pasando, por qué todos se comportaban de una manera tan extraña.

"Somos guerrilleros del Ejercito de Liberación Nacional ELN. Tenemos la orden de secuestrar a una persona de este sitio", afirmó el comandante del grupo con la mayor frivolidad, como si se tratase de un simple juego.

El motivo: deudas pendientes con el dueño de la finca en la que la familia de Natalia vivía.

El corazón se quería salir del pecho. Se podían sentir los latidos tan fuertes y seguidos. Todo era confuso. La niña solo veía a su padre tratar de ocultar la angustia y apretar los dientes con firmeza para no dejar caer sus lágrimas.

No tuvo el suficiente valor para contarle lo que sucedía. Uno de esos hombres armados, miró a Natalia fijamente y le dijo que debía irse con ellos, que empacara algo de ropa, que tenían que irse porque se les hacía tarde.

“Tu padre tiene instrucciones y seguramente hará lo que le pedimos para que puedas volver a casa pronto".

En ese momento, sintió que jamás regresaría. Experimentó un enorme vacío, incluso, aún hoy cuando recuerda ese hecho, vuelve a repetir ese desasosiego.

Desde que partieron, las caminatas en medio de la selva fueron el elemento continuo. Las únicas palabras que escuchaba eran: “Camine, camine más rápido que falta mucho para llegar”.

Por su mente pasaba su hogar, su padre, la reacción de su madre al llegar a la casa y no encontrarla…

Hacía calor. Su cabeza palpitaba del dolor, a tal punto que, sin pensar en las consecuencias, se sentó y manifestó que no continuaría hasta que no le dieran algo para calmarlo.

Las horas pasaron y llegó la oscuridad. El temor se apoderó de ella, sin saber en donde pasaría la noche ni bajo que condiciones.

Ese fue el primero de 33 largos días en los que se despertó rodeada de hombres armados y en los que corrió de un lugar a otro huyendo del Ejército y de otros grupos guerrilleros.

Noche tras noche lloró, pensando en su mamá, en el momento de volver a estar con ella y en lo que estaría haciendo su papá para sacarla de allí. Su consuelo llegó en la figura del que llamó “su segundo padre”, el de la montaña, el de la selva: Jaime Sandoval, una de tantas victimas inocentes que compartió con ella esas jornadas.

Se ganó su cariño y confianza. Todos los días le enseñaba cosas nuevas, como jugar cartas, para que no estuviera tan triste. Por eso, uno de los dolores más profundos que Natalia ha sentido lo experimentó cuando se enteró de su muerte, tiempo después de que fue liberada.

Un mes después, para ella llegó el milagro que otros no han conocido. Por eso, desde hace siete años celebra un segundo cumpleaños, porque aquel 16 de julio en que fue libre otra vez, volvió a nacer, con la diferencia de que ya sabia caminar, leer y escribir, pero tenía que aprender a vivir con el temor, la inseguridad y el rencor.

Gracias al esfuerzo de su padre y a la devoción por la Virgen del Carmen, que según ella, coincidencia o no, sus fiestas se celebran justo el 16 de julio, su historia tuvo un final feliz, a pesar de los traumas que le quedaron.

Le debe su libertad a su papá que, sin duda, es tan protagonista de esta tragedia como ella, porque sintió la angustia y la impotencia. Él ya partió al cielo, pero Natalia, hoy universitaria, dedica sus acciones a ese hombre, el más valiente que ha conocido.

Aún no entiende por qué personas inocentes siguen pagando. Su padre la devolvió a la vida. Natalia, regresó de la muerte.

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