Buscar este blog

En la memoria de un campesino


Por: Camilo González

La casa de Emilio Arbeláez está ubicada al costado de la carretera destapada de la vereda La Laja, del municipio de Rionegro, rodeada de pequeños arbustos y de cultivos de tomate, chócolo y aguacate.

Un gallo criollo, de plumas rojas, picotea a dos gallinas que se pasean por los prados. Allí los perros y gatos comparten como hermanos, mientras que las vacas y novillos mueven sus colas y comen el pasto. El ambiente campestre de este lugar lo hace único, porque recuerda la época de antaño.

A algunos metros de allí se encuentra Emilio, un hombre de 78 años de edad que todos los días se levanta con entusiasmo a cuidar y a cultivar su “tierrita”. Él riega sus palos de aguacate y chócolo, los cuales muy pronto darán los frutos que venderá en la plaza de mercado.

El calor es intenso, así que decide volver a casa para tomar un descanso. Con un fuerte, pero ágil movimiento, se echa en la espalda la pala y el azadón.

En el trayecto a su vivienda, una sonrisa se dibuja en su rostro. Sus pocos dientes saltan a la vista al instante que empieza a tatarear y a silbar una canción con el fin de olvidar los efectos del cansancio.

En el corredor de cemento lo esperan sus 9 hijos y sus 16 nietos que están de visita. La casa está construida en tapia y su fachada es blanca y roja, con algunas terminaciones en color verde.

Al ingresar a la pequeña y acogedora vivienda está la sala y dos habitaciones. “Aquí yo y mi señora criamos a 9 muchachitos, dormíamos unos encima de otros”.

Un olor a especias anuncia que el almuerzo está listo. Don Emilio camina hacia el lavadero para enjabonarse sus manos y limpiarse los pies. Toma asiento en una silla ubicada al lado derecho de la puerta, cerca a un cajoncito de madera.

Estira su mano y saca de aquella gaveta un álbum de fotografías. Una lágrima intenta salir de sus ojos, pero al instante es invadido por la risa. “Venga les muestro”, dice con fuerte acento y autoridad.

En ese lugar están los recuerdos de cada momento de su vida. Tiene muchas fotos, unas grandes, otras pequeñas, a color y a blanco y negro. Todas tienen un significado importante pero hay una que es trascendental: es la de una hermosa mujer de aproximadamente 35 años, de rostro pálido y de mirada tímida y triste.

“Mi primera esposa, Rosario, con la que tuve siete hijos. Esa fue la etapa más dura de mi vida, hace más de 30 años que ella no esta”, afirma sin poder contener un leve llanto.

El almuerzo está listo. Doña Amparo Marín, su segunda esposa, hijos y nietos, lo esperan en la mesa con un reforzado sancocho de gallina.

Después de degustarlo, toma de nuevo el azadón para continuar con el trabajo, que desde pequeño realizó al lado de su padre. “No hay nadie más verraco que mi papá para cultivar. Ninguna siembra le queda grande y los tomates y aguacates son los más ricos de la región,” asegura Francisco Arbeláez, uno de sus hijos.

Sin despedirse de sus familiares, Emilio se dirige de nuevo al alto donde está su cultivo, la herencia que le dejó su papá, para seguir con la labor de cuidar y sembrar “su tierrita”, esa que protegerá hasta el último día de su vida. Es una consigna a la que no faltará.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deje su comentario

Gracias por visitarnos

Estadisticas y contadores web gratis